En los últimos años hemos visto cómo la mayor parte de la discusión académica sobre educación ambiental ha terminado reproduciendo el gesto epistémico por el cual se feminiza, instrumentaliza y subalterniza la educación a las grandes conclusiones y hallazgos alcanzados por otros medios en las ciencias naturales o sociales. Este gesto se verifica en la producción de una vasta literatura sobre los medios educativos más efectivos para alcanzar los objetivos previamente establecidos por otros campos de conocimiento y que hoy hacen parte de las agendas globales sobre temas medioambientales (Aikenhead & Michell , 2011; Barth & Michell, 2012; Dinham, 2011). En este texto, me propongo desafiar esta lógica de producción de conocimiento en el campo educativo al mostrar los hallazgos de un programa de investigación sobre Mujeres rurales que llevamos adelantando en los últimos cinco años. Ha sido en el marco de esta investigación que nos hemos encontrado con una serie de prácticas de educación popular territorializadas, de pedagogías de la permanencia, que incorporan una compleja crítica tanto a la crisis ecológica contemporánea, como a las estrategias que se han venido implementando para su resolución en el sur global. En este sentido, estas pedagogías de la permanencia no son instrumentos derivados de una teorización previa, desprendida y dicotomizada de la acción política; al contrario, se trata de un saber pedagógico alojado en las prácticas cotidianas de resistencia de comunidades, organizaciones, movimientos que hoy se articulan para proponer alternativas posibles al relato del colapso ecológico.

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